[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103165″ img_size=”full” add_caption=”yes” title=”Este artículo pertenece a la serie Project Exile de Global Journalist, un medio colaborador de Index on Censorship que ha publicado entrevistas con periodistas exiliados de todo el mundo.”][vc_custom_heading text=”“Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]
Charles Atangana conoce mejor que nadie los desafíos de ser periodista en Camerún.
En los 90 y principios de los 2000, Atangana era un reportero de investigación que cubría temas económicos para el ya desaparecido La Sentinelle, además de Le Messager, el primer periódico independiente de Camerún, y a menudo se dedicaba a escribir artículos sobre la mala administración y la corrupción del Gobierno de la nación centroafricana.
Había mucho que cubrir en Camerún, que se sitúa en el puesto 145 de 176 países en el Índice de Percepción de la Corrupción más reciente de Transparencia Internacional. Sus reportajes sobre la falta de transparencia en los ingresos del Gobierno provenientes del petróleo fueron portada durante tres días consecutivos, y otra historia sobre los sobornos en los ingresos a universidades involucraba al entonces ministro de Educación del país.
Su trabajo periodístico no fue bien recibido por el Gobierno del Presidente Paul Biya, que lleva desde 1982 al mando del país y con frecuencia ha encarcelado a periodistas críticos con su gobierno. En 2004, Atangana ayudó a organizar una conferencia de prensa para el Consejo Nacional de Camerún del Sur, un grupo a favor de la independencia para la minoría angloparlante de Camerún, al suroeste del país. Durante el evento secuestraron a Atangana y lo llevaron a un centro de detención militar en Duala, la ciudad más grande de Camerún, donde sus captores lo golpearon y torturaron, exigiendo saber quiénes eran sus fuentes en el Gobierno.
Atangana afirma que, por la forma en la que lo interrogaron, cree que su arresto lo ordenó el ministro de Educación, Joseph Owona, siempre leal a Biya y que pasó a convertirse en jefede la federación de fútbol de Camerún. Owona no respondió a nuestros mensajes solicitando sus comentarios. Su hijo, Mathias Eric Owona Nguini, con quien contactamos por Facebook, negó que su padre estuviera involucrado en el arresto de Atangana, y escribió que algunos periodistas «quieren justificar su exilio para intentar conseguir asilo político, incluso con información falsa».
Atangana pudo escapar de prisión con la ayuda de su familia, y sabía que no podía permanecer en Camerún si quería estar a salvo. Finalmente se dirigió a Reino Unido, donde, tras un proceso largo y complicado, le concedieron asilo.
Hoy Atangana vive en Glasgow, Escocia, donde trabaja como periodista independiente. Conversó con Ailean Beaton, de Global Journalist, sobre las torturas que sufrió, su huida de Camerún y las dificultades de conseguir asilo en Reino Unido. A continuación sigue una versión editada de la entrevista:
Global Journalist: ¿Qué fue lo primero que te atrajo del periodismo?
Atangana: Desde que tenía seis años, había una actividad en clase que animaba a quienes podíamos leer un periódico a arrancar una noticia del fin de semana que nos interesara y luego ponerla en la pared. Nuestro profesor lo llamaba «el mural noticiero».
[En la universidad] me apunté al club de prensa. A veces recibíamos a periodistas que habían trabajado en la radio para que nos dieran charles e intentaran enseñarnos las bases del periodismo.
No me interesaba mucho el oficio en aquel entonces, porque esta gente que visitaba la universidad y nos explicaba lo que es el periodismo… no eran ricos. No vestían muy bien, precisamente. Pero me cambió la mentalidad cuando crecí. A veces veía periodistas por la calle, con una cámara. De repente me empezó a parecer muy emocionante.
GJ: ¿Cómo llegaste a centrarte en investigación económica?
A: Al inicio de mi carrera periodística, a nadie le interesaban realmente los temas económicos. Si veías noticias así, lo más normal es que no fuera más que el comunicado de prensa del Gobierno sobre la financiación del FMI… Nadie se centraba en investigar, en intentar descubrir qué había detrás de las cifras.
Yo tenía formación corporativa del Banco Mundial, donde trabajaba antes. Así que, entre unos compañeros de los medios estatales y yo, decidimos crear un grupo de periodistas económicos.
Estábamos hartos de ver anuncios de proyectos del Gobierno que decían cosas como: «Vamos a construir 600 aulas en provincias por todo Camerún».
Y cuando cogían el dinero y el trabajo estaba hecho, no había nadie para viajar por todo el país y comprobarlo; porque si lo hacías, quizá descubrirías que solo habían construido 5 o 10 y ya se habían gastado todo el dinero.
GJ: ¿Cómo describirías las presiones a las que se enfrentan los
periodistas en Camerún?
A: Cuando un periodista escribe sobre las cuentas del gobierno desde una perspectiva crítica, puede que alguien se le acerque un día mientras toma algo en un bar y le ofrezca un soborno.
Puede que te pidan que suavices lo que has escrito, o que le hagas la pelota a algún ministro del Gobierno o alguna otra persona. Los periodistas en Camerún no ganan mucho dinero, así que puede tratarse de una forma efectiva [de silenciarlos]. Pero otras veces hay amenazas o palizas.
GJ: ¿En qué estabas trabajando para que el Gobierno se fijase en ti?
A: Una vez, mi reportaje estuvo en primera plana tres días seguidos. Tenía que ver con la transparencia del Gobierno alrededor de sus ingresos provenientes del petróleo y cómo el Banco Mundial los había obligado a prometer que dejarían claros los movimientos de ese dinero, a cambio de un cuantioso préstamo.
La historia era que, por primera vez, el Gobierno estaba de rodillas. El Banco Mundial había dicho que les daría el dinero, pero solo si publicaban las cifras relacionadas con la circulación del petróleo.
También trabajé en una crónica en la que revelaba que algunos de los administradores delas universidades estaban aceptando sobornos de padres para admitir a sus hijos. Algunas de esas personas eran bastante cercanas al ministro de Educación.
GJ: ¿Qué estabas haciendo el día que te detuvieron?
A: Acababa de presentar a los ponentes de una conferencia y me dijeron que saliera a la calle. Se me encararon tres hombres vestidos como periodistas, pero resultó que no lo eran. Uno de ellos me dijo: «Charles, hemos seguido tus artículos, hemos visto tus apariciones en televisión».
Y empezaron a pegarme; primero me dieron una bofetada en la mejilla izquierda y luego en la derecha, antes de tirarme al suelo a patadas.
Me llevaron al módulo de la policía militar en Duala, un lugar donde normalmente meten a los peores alborotadores, así que supongo que eso me convertía
en uno de ellos. Pasé allí un par de semanas. Nadie sabía dónde me había metido.
Por las preguntas que me hacían, fui deduciendo que era el ministro de Educación el que me había mandado arrestar.
GJ: ¿Qué querían de ti?
A: Me preguntaron por mis fuentes. Eso era lo que más les importaba: quién en el Gobierno me estaba pasando la información. Tenía muy buenos contactos en el Gobierno, en los comités de educación, salud, finanzas y militar, y por mis reportajes sabían que alguien había estado pasándome información personal.
La segunda noche fue dolorosa, porque ahí sí que me dieron una buena paliza. Me acuerdo de que la primera noche dormí en el suelo en ropa interior, pero la segunda noche me obligaron a dormir sin ella. Intentaron presionarme para revelar mis fuentes atándome alambres alrededor de los genitales.
A mí me enseñaron que siempre debía proteger mis fuentes. Cuando era estudiante, vino una periodista de Washington a hablar con nosotros. Nos dijo que debíamos proteger nuestras fuentes a toda costa.
Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas.
GJ: ¿Cómo escapaste?
A: A las dos semanas llegué a la conclusión de que había llegado mi fin. Les sería fácil matarme: nadie sabía dónde estaba. Me daban tan mal de comer que pillé una diarrea, así que les pedí que me llevasen al hospital. Allí conocí a un tipo al que estaban a punto de dar el alta y tenía un teléfono. Conseguí que avisara a mi padre.
Yo estaba con un policía militar, pero él no sabía quién era yo ni por qué estaba ahí, así que le prometí dinero. Me dejó salir al aparcamiento [donde estaba mi padre esperando].
Mi hermana tiene un amigo que viaja a Francia por negocios, y conseguí organizar un viaje con él.
GJ: ¿Fue difícil obtener asilo en Reino Unido?
A: Los primeros años fueron muy difíciles. Tardé un par de meses en recuperarme de la terrible experiencia y volver a la vida.
Creo que hay una gran discriminación en el sistema de asilo británico. Te pasas todo el tiempo hablándole a la gente de las organizaciones sobre un país en el que nadie de la plantilla ha estado nunca. Fue muy difícil.
En 2008 me arrestaron [en Reino Unido] porque, al parecer, mi petición de asilo había sido rechazada. No se creían que era un verdadero periodista ni que estuviese amenazado.
Hablamos con un antiguo compañero del Banco Mundial, que envió una declaración. Un colega de Le Messager hizo lo mismo. El Sindicato Nacional de Periodistas de Escocia ayudó mucho, y el Comité por la Protección de los Periodistas, en EE. UU., también escribió sobre mí y envió una declaración sobre la situación de la libertad de prensa en Camerún.
Hubo una campaña pública y una petición con más de 7.000 firmas que mandamos al Ministerio del Interior. Todo ello permitió mi puesta en libertad, y en 2011 me concedieron [asilo], tras siete años en el limbo. Siete años de lucha.
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