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Reportero torturado en Camerún encuentra asilo en Escocia
"Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas"
19 Oct 18

Charles Atangana (foto de cortesía)

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103165″ img_size=”full” add_caption=”yes” title=”Este artículo pertenece a la serie Project Exile de Global Journalist, un medio colaborador de Index on Censorship que ha publicado entrevistas con periodistas exiliados de todo el mundo.”][vc_custom_heading text=”“Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Charles  Atangana conoce  mejor que nadie los  desafíos de ser periodista  en Camerún.

En  los 90  y principios  de los 2000, Atangana  era un reportero de investigación que  cubría temas económicos para el ya desaparecido  La Sentinelle, además de Le Messager, el primer periódico  independiente de Camerún, y a menudo se dedicaba a escribir  artículos sobre la mala administración y la corrupción del Gobierno de  la nación centroafricana.

Había  mucho que  cubrir en Camerún,  que se sitúa en el  puesto 145 de 176 países  en el Índice de Percepción  de la Corrupción más reciente de  Transparencia Internacional. Sus reportajes  sobre la falta de transparencia en los ingresos  del Gobierno provenientes del petróleo fueron portada  durante tres días consecutivos, y otra historia sobre los  sobornos en los ingresos a universidades involucraba al entonces  ministro de Educación del país.

Su  trabajo  periodístico  no fue bien recibido  por el Gobierno del Presidente  Paul Biya, que lleva desde 1982 al  mando del país y con frecuencia ha encarcelado  a periodistas críticos con su gobierno. En 2004,  Atangana ayudó a organizar una conferencia de prensa  para el Consejo Nacional de Camerún del Sur, un grupo  a favor de la independencia para la minoría angloparlante  de Camerún, al suroeste del país. Durante el evento secuestraron  a Atangana y lo llevaron a un centro de detención militar en Duala,  la ciudad más grande de Camerún, donde sus captores lo golpearon y torturaron,  exigiendo saber quiénes eran sus fuentes en el Gobierno.

Atangana  afirma que,  por la forma  en la que lo interrogaron,  cree que su arresto lo ordenó el  ministro de Educación, Joseph Owona,  siempre leal a Biya y que pasó a convertirse  en jefede la federación de fútbol de Camerún. Owona  no respondió a nuestros mensajes solicitando sus comentarios.  Su hijo, Mathias Eric Owona Nguini, con quien contactamos por  Facebook, negó que su padre estuviera involucrado en el arresto  de Atangana, y escribió que algunos periodistas «quieren justificar  su exilio para intentar conseguir asilo político, incluso con información  falsa».

Atangana  pudo escapar  de prisión con  la ayuda de su  familia, y sabía que  no podía permanecer en  Camerún si quería estar a  salvo. Finalmente se dirigió  a Reino Unido, donde, tras un proceso  largo y complicado, le concedieron asilo.

Hoy  Atangana  vive en Glasgow,  Escocia, donde trabaja como  periodista independiente. Conversó  con Ailean Beaton, de Global Journalist,  sobre las torturas que sufrió, su huida de Camerún  y las dificultades de conseguir asilo en Reino Unido.  A continuación sigue una versión editada de la entrevista:

Global  Journalist:  ¿Qué fue lo  primero que te  atrajo del periodismo?

Atangana: Desde  que tenía  seis años, había  una actividad en clase  que animaba a quienes podíamos  leer un periódico a arrancar una  noticia del fin de semana que nos interesara  y luego ponerla en la pared. Nuestro profesor  lo llamaba «el mural noticiero».

[En  la universidad]  me apunté al club  de prensa. A veces recibíamos  a periodistas que habían trabajado  en la radio para que nos dieran charles  e intentaran enseñarnos las bases del periodismo.

No  me interesaba  mucho el oficio  en aquel entonces,  porque esta gente que  visitaba la universidad  y nos explicaba lo que  es el periodismo… no eran  ricos. No vestían muy bien, precisamente.  Pero me cambió la mentalidad cuando crecí.  A veces veía periodistas por la calle, con una  cámara. De repente me empezó a parecer muy emocionante.

GJ:  ¿Cómo  llegaste  a centrarte  en investigación  económica?

A: Al  inicio  de mi carrera  periodística, a nadie  le interesaban realmente  los temas económicos. Si veías  noticias así, lo más normal es  que no fuera más que el comunicado  de prensa del Gobierno sobre la financiación del  FMI… Nadie se centraba en investigar, en intentar descubrir  qué había detrás de las cifras.

Yo  tenía  formación  corporativa  del Banco Mundial,  donde trabajaba antes.  Así que, entre unos compañeros  de los medios estatales y yo,  decidimos crear un grupo de periodistas  económicos.

Estábamos  hartos de ver  anuncios de proyectos  del Gobierno que decían  cosas como: «Vamos a construir  600 aulas en provincias por todo  Camerún».

Y  cuando  cogían el  dinero y el  trabajo estaba  hecho, no había  nadie para viajar por  todo el país y comprobarlo;  porque si lo hacías, quizá descubrirías que  solo habían construido 5 o 10 y ya se habían  gastado todo el dinero.

GJ:  ¿Cómo  describirías  las presiones  a las que se enfrentan  los

periodistas  en Camerún?

A: Cuando  un periodista  escribe sobre las  cuentas del gobierno  desde una perspectiva crítica,  puede que alguien se le acerque  un día mientras toma algo en un bar  y le ofrezca un soborno.

Puede  que te  pidan que  suavices lo  que has escrito,  o que le hagas la pelota  a algún ministro del Gobierno  o alguna otra persona. Los periodistas  en Camerún no ganan mucho dinero, así que  puede tratarse de una forma efectiva [de silenciarlos]. Pero otras  veces hay amenazas o palizas.

GJ:  ¿En qué  estabas trabajando  para que el Gobierno  se fijase en ti?

A: Una  vez, mi  reportaje estuvo  en primera plana tres  días seguidos. Tenía que ver  con la transparencia del Gobierno  alrededor de sus ingresos provenientes  del petróleo y cómo el Banco Mundial los  había obligado a prometer que dejarían claros  los movimientos de ese dinero, a cambio de un cuantioso  préstamo.

La  historia  era que, por primera  vez, el Gobierno estaba de  rodillas. El Banco Mundial había  dicho que les daría el dinero, pero  solo si publicaban las cifras relacionadas  con la circulación del petróleo.

También  trabajé en  una crónica en  la que revelaba  que algunos de los  administradores delas universidades  estaban aceptando sobornos de padres  para admitir a sus hijos. Algunas de esas  personas eran bastante cercanas al ministro  de Educación.

GJ:  ¿Qué estabas  haciendo el día  que te detuvieron?

A: Acababa  de presentar  a los ponentes  de una conferencia y  me dijeron que saliera  a la calle. Se me encararon  tres hombres vestidos como periodistas,  pero resultó que no lo eran. Uno de ellos  me dijo: «Charles, hemos seguido tus artículos,  hemos visto tus apariciones en televisión».

Y  empezaron  a pegarme;  primero me dieron  una bofetada en la mejilla  izquierda y luego en la derecha,  antes de tirarme al suelo a patadas.

Me  llevaron  al módulo  de la policía  militar en Duala,  un lugar donde normalmente  meten a los peores alborotadores,  así que supongo que eso me convertía

en  uno de  ellos. Pasé  allí un par de  semanas. Nadie sabía  dónde me había metido.

Por  las preguntas  que me hacían,  fui deduciendo que  era el ministro de Educación el  que me había mandado arrestar.

GJ:  ¿Qué querían  de ti?

A: Me  preguntaron  por mis fuentes.  Eso era lo que más  les importaba: quién en el Gobierno  me estaba pasando la información. Tenía  muy buenos contactos en el Gobierno, en los  comités de educación, salud, finanzas y militar,  y por mis reportajes sabían que alguien había estado  pasándome información personal.

La  segunda  noche fue dolorosa,  porque ahí sí que me  dieron una buena paliza.  Me acuerdo de que la primera noche  dormí en el suelo en ropa interior,  pero la segunda noche me obligaron a dormir sin  ella. Intentaron presionarme para revelar mis fuentes  atándome alambres alrededor de los genitales.

A  mí me  enseñaron  que siempre  debía proteger  mis fuentes. Cuando  era estudiante, vino una  periodista de Washington a  hablar con nosotros. Nos dijo  que debíamos proteger nuestras fuentes  a toda costa.

Mis  opciones  eran revelar  mis fuentes y destruir  mi reputación o morir protegiéndolas.

GJ:  ¿Cómo  escapaste?

A: A  las dos  semanas llegué  a la conclusión  de que había llegado  mi fin. Les sería fácil matarme:  nadie sabía dónde estaba. Me daban  tan mal de comer que pillé una diarrea,  así que les pedí que me llevasen al hospital.  Allí conocí a un tipo al que estaban a punto de  dar el alta y tenía un teléfono. Conseguí que avisara  a mi padre.

Yo  estaba  con un policía  militar, pero él  no sabía quién era  yo ni por qué estaba  ahí, así que le prometí  dinero. Me dejó salir al  aparcamiento [donde estaba mi  padre esperando].

Mi  hermana  tiene un  amigo que viaja  a Francia por negocios, y  conseguí organizar un viaje con  él.

GJ:  ¿Fue difícil  obtener asilo en  Reino Unido?

A: Los  primeros  años fueron  muy difíciles.  Tardé un par de meses  en recuperarme de la terrible  experiencia y volver a la vida.

Creo  que hay  una gran discriminación  en el sistema de asilo británico.  Te pasas todo el tiempo hablándole  a la gente de las organizaciones sobre  un país en el que nadie de la plantilla  ha estado nunca. Fue muy difícil.

En  2008  me arrestaron  [en Reino Unido]  porque, al parecer,  mi petición de asilo había sido  rechazada. No se creían que era  un verdadero periodista ni que estuviese amenazado.

Hablamos  con un antiguo  compañero del Banco  Mundial, que envió una declaración.  Un colega de Le Messager hizo lo mismo.  El Sindicato Nacional de Periodistas de Escocia  ayudó mucho, y el Comité por la Protección de los  Periodistas, en EE. UU., también escribió sobre mí y envió  una declaración sobre la situación de la libertad de prensa  en Camerún.

Hubo  una campaña  pública y una  petición con más  de 7.000 firmas que  mandamos al Ministerio  del Interior. Todo ello  permitió mi puesta en libertad,  y en 2011 me concedieron [asilo],  tras siete años en el limbo. Siete  años de lucha.

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