Periodismo en el exilio: Uzbekistán mantiene su bloqueo contra Hamid Ismailov

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103170″ img_size=”full” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”El uzbeco Hamid Ismailov, periodista y escritor, se vio obligado a huir de Uzbekistán en 1992, debido a lo que el Estado definió como “tendencias democráticas inaceptables“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Hamid  Ismailov  merece una  disculpa. O,  como mínimo, una  explicación.

Han  pasado  26 años  desde los  sucesos que  llevaron al periodista  uzbeco Hamid Ismailov a abandonar  su país natal y huir a Reino Unido.  En los 90, Ismailov estuvo trabajando con  un equipo de televisión de la BBC en el rodaje  de una película sobre Uzbekistán. El régimen represivo  de Islam Karimov abrió una causa penal contra él. Las autoridades  afirmaban que estaba intentando derrocar al Gobierno.

Los  amigos  de Ismailov  le recomendaron  que huyera de Uzbekistán  tras recibir amenazas contra  su familia y sufrir ataques contra  su casa. Así que lo hizo. Veinticuatro  años después, sigue sin volver.

Y  no es  porque no  lo haya intentado. Así  lo hizo este mismo año  pasado, tras la muerte de Karimov  en 2016. Se le denegó la entrada.

Los  libros  de Ismailov,  uno de los autores  uzbecos más publicados  del mundo, están prohibidos  en su propio país. No se tolera  mencionar su nombre. Su existencia, básicamente, ha  sido eliminada del día a día cultural de su tierra  natal. Sin embargo, en la era de internet, Ismailov ha  encontrado formas de llegar al público uzbeco a través de  redes sociales como Facebook. Sube sus novelas a esta plataforma,  donde la gente de Uzbekistán puede leerlas.

Según  el índice  de libertad  de prensa de  Reporteros sin Fronteras,  Uzbekistán ocupa el puesto 169  de 180 países. Con los medios tradicionales  bajo estricto control, el Gobierno ha pasado ahora  a tomar brutales medidas contra las webs de noticias independientes  y aplicaciones de mensajería instantánea.

Tras  la muerte  de Karimov en  2016, el Primer  Ministro Shavkat Mirziyoyev asumió  el poder. El 2 de marzo de 2018,  Uzbekistán liberó a Yusuf Ruzimuradov,  encarcelado durante más de 19 años, cosa  que lo convirtió en el periodista que más  tiempo ha pasado en la cárcel del mundo. Ismailov  expresó su alegría tras enterarse de la puesta en libertad  de Ruzimuradov, pero sigue sin confiarse: «por muy esperanzado que  esté, también soy escéptico».

Ismailov  ha trabajado  para el Servicio  Mundial de la BBC durante  su exilio en Reino Unido. En  mayo de 2010 lo nombraron escritor  residente, un puesto que ocupó hasta finales de  2014. Actualmente es editor de los servicios de  Asia Central de la BBC.

Hamid  Ismailov  habló con  Sydney Kalich,  de Index on Censorship,  sobre la situación de los derechos  humanos en Uzbekistán, su tiempo en  el exilio y su libro recién traducido, The Devil’s  Dance («La danza del Diablo»). A continuación se incluye una versión  editada de su entrevista:

Index:  ¿Cuál era  la situación de  los derechos humanos  en Uzbekistán antes de  que te marcharas, y cómo  ha cambiado a lo largo de  los últimos 23 años?

Ismailov:  Por  desgracia,  ha ido empeorando  con los años debido al  régimen autocrático del presidente  Karimov, que estaba en el poder entonces  y murió en 2016. Así que durante todo este  tiempo, la situación de los derechos humanos  ha sido bastante funesta en Uzbekistán. El país  siempre ha estado en la parte más baja de las listas  mundiales de derechos humanos. Así que, hoy en día, con  el nuevo presidente, el comportamiento de Shavkat Mirziyoyev  nos da esperanzas de que el estado de los derechos humanos  esté yendo a mejor, pues han liberado a varios prisioneros políticos. La  prensa y otras actividades empiezan a revitalizarse y a estar menos encubiertas. Existe  un rayo de esperanza de que las cosas mejorarán. Pero, al mismo tiempo—cuando miro a otros  países con nuevos líderes que al principio fingían ser reformistas, pero luego volvieron a las  políticas de gobernantes anteriores—, también tengo mis reservas. Por muy esperanzado que esté, también  soy escéptico.

Index:  Intentaste  volver a Uzbekistán  el año pasado y no te  dejaron entrar. ¿Crees que volverás  a ver tu país?

Ismailov:  Sí,  tuve muy  mala suerte,  porque incluso  bajo las anteriores autoridades intenté entrar  en Uzbekistán dos veces tras los acontecimientos  de Andijan de 2005, pero la nueva administración no  me permitió ingresar en el país. Me dejó bastante perplejo. Creo  que me deben una disculpa por no permitirme entrar en mi propio país.  Soy uno de los escritores más reconocidos en occidente y en todo el mundo  que se dedican a promocionar la literatura uzbeca, si no el que más. Así que,  ¿por qué no se me ha per

mitido  la entrada  al país? Necesito  una explicación y al  menos una disculpa antes  de decidir qué voy a hacer  ahora.

Index:  ¿Y te has  sentido así cada  vez que te han denegado  el ingreso? ¿Que simplemente  necesitas una disculpa?

Ismailov:  Creo  que sí.  No he cometido  ningún crimen contra Uzbekistán.  No he hecho nada ni le he hecho  ningún daño a Uzbekistán. Lo único  que hago es promover la literatura y la  cultura de Uzbekistán por el mundo. Por lo tanto,  estoy bastante anonadado y perplejo por que no me hayan  dejado entrar en el país. Es donde viven to dos mis familiares;  estaba planeando ir a la tumba de mi madre a rendirle tributo. Pero cuando  ya lo tenía todo planeado, de repente, me echaron del aeropuerto.

Index:  No has vivido  en el país desde  1992, pero aún publicas  en uzbeco. ¿Significa eso que  sigues escribiendo con el público  uzbeco en mente, más que para un público occidental?

Ismailov:  Escribo  en distintas  lenguas. Escribo  en uzbeco. Escribo  en ruso. Escribo en inglés  también. Así que son distintas  lenguas para distintos públicos. Si  escribo en uzbeco, probablemente sea para  uzbecos; no hay mucha gente inglesa o rusa  que lea en uzbeco. Las traducciones me han sido  de mucha ayuda por la prohibición de mis libros en  Uzbekistán. Pero en la era de internet, las prohibiciones  no importan demasiado, porque sigo pudiendo publicar mi trabajo  en la red. Otro tema es que a la gente le dé miedo nombrarme  o hablar sobre mí porque saben cuáles son las consecuencias. No obstante,  internet me hace la vida mucho más fácil.

Index:  Tu nuevo  libro, The Devil’s  Dance (“La danza del  Diablo”), está a punto de salir  en inglés al mercado británico. ¿De  qué trata?

Ismailov:  En  realidad The  Devil’s Dance no  es un libro nuevo.  Lo terminé en 2012 y luego lo  publiqué en uzbeco en Facebook.  Se hizo bastante viral en aquel entonces.  Parece nuevo porque lo han traducido al inglés.  De hecho, escribí tres novelas después de esa y acabo  de terminar otra novela en inglés. The Devil’s Dance es la  historia del legendario escritor Abdulla Qodiriy, el autor uzbeco  más reverenciado del siglo XX, el cual quería escribir una novela que  reemplazase todo lo que había escrito hasta entonces. Sabemos sobre qué planeaba  escribir, pero cuando empezó el borrador de la novela, lo arrestaron. Diez meses después,  en 1938, lo mataron de un disparo en las prisiones estalinistas. Mi novela trata de los días  que pasó Qodiriy en prisión, pensando en su famosa novela sin escribir. Son dos novelas en una.  Me atreví a escribir una por él. Ocurre en su mente, así que no está escrita al cien por cien,  pero hay borradores, hay historias, hay intenciones e ideas. Es una novela escrita pero, a la vez,  sin escribir.

Index:  ¿Cómo te  influyó como  periodista tu puesto  de escritor residente en  la BBC?

Ismailov:  Fue  divertido,  pero al mismo  tiempo sentía una  gran responsabilidad, porque estaba  representando a grandes escritores  como George Orwell, V. S. Naipaul y demás.  Me sentía como una encarnación de esas personas.  Estaba intentando demostrar el significado de la residencia,  el valor de la creatividad para esta organización.

Index:  ¿Cuál crees  que ha sido la  parte más difícil  de ser un periodista en  el exilio?

Ismailov:  La  parte  más difícil  es no estar con  tu gente todos los  días. Aunque estás con ellos  virtualmente a diario, no los  ves cara a cara. Eso es lo peor.  Aunque estar en el exilio tiene sus ventajas.  Cuando empiezas a contemplar tu parte del mundo o tu país  a vista de pájaro, en cierto modo, puedes ver la perspectiva  de tu propio país en el mundo. Puedes comparar las experiencias de  tu país con otras regiones y puedes traer las experiencias, o unas similares,  de otros países a tu propio mundo. Así que tiene sus pros y sus contras.

Index:  ¿De qué  forma crees  que ha cambiado  tu forma de hacer  periodismo desde que vives  en el exilio?

Ismailov:  Creo  que el  periodismo  en la antigua  Unión Soviética era  muy conceptual. Iba todo  sobre conceptos y grandes  esquemas, en lugar de historias humanas.  El periodismo de la BBC trata más sobre el  elemento humano; aborda la realidad a través de  historias y experiencias humanas. Así que para mí esa  fue la diferencia y experiencia más chocante. Como escritor,  siempre trato mis historias a través de las experiencias de mis  personajes, así que eso se asemejaba más al periodismo occidental. Por  lo tanto, trabajar como periodista aquí va muy en armonía conmigo. Como  escritor, enfocas a través de los personajes, y como periodista aquí haces  lo mismo.

Index:  Mencionaste  una vez que  algunas personas  se sienten más conectadas  a la cultura de su país y más  orgullosas de ella cuando se marchan. ¿Te  sientes así con respecto a Uzbekistán?

Ismailov:  Así  es. Sí,  me siento  responsable de  mi cultura, porque  cuando pienso en mis antepasados,  en mis abuelas y mis tías, en todas  las personas cuya contribución a mi cultura fue  tan vasta… tengo que devolverle algo a esta cultura,  que me hizo lo que hoy soy. Pero, al mismo tiempo, me siento  parte de diferentes culturas, de la cultura rusa, o de la inglesa también,  ahora que he estado viviendo en Londres durante los últimos 24 años. Nunca he vivido  tanto tiempo en ningún sitio. Así que, por lo tanto, le rindo tributo a este país y estoy en  deuda con él. Estoy escribiendo varias novelas en inglés para pagar mi deuda con este país y esta  cultura. Puede que Uzbekistán deba hasta darle las gracias a Ismailov.

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Reportero torturado en Camerún encuentra asilo en Escocia

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”103165″ img_size=”full” add_caption=”yes” title=”Este artículo pertenece a la serie Project Exile de Global Journalist, un medio colaborador de Index on Censorship que ha publicado entrevistas con periodistas exiliados de todo el mundo.”][vc_custom_heading text=”“Mis opciones eran revelar mis fuentes y destruir mi reputación o morir protegiéndolas“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Charles  Atangana conoce  mejor que nadie los  desafíos de ser periodista  en Camerún.

En  los 90  y principios  de los 2000, Atangana  era un reportero de investigación que  cubría temas económicos para el ya desaparecido  La Sentinelle, además de Le Messager, el primer periódico  independiente de Camerún, y a menudo se dedicaba a escribir  artículos sobre la mala administración y la corrupción del Gobierno de  la nación centroafricana.

Había  mucho que  cubrir en Camerún,  que se sitúa en el  puesto 145 de 176 países  en el Índice de Percepción  de la Corrupción más reciente de  Transparencia Internacional. Sus reportajes  sobre la falta de transparencia en los ingresos  del Gobierno provenientes del petróleo fueron portada  durante tres días consecutivos, y otra historia sobre los  sobornos en los ingresos a universidades involucraba al entonces  ministro de Educación del país.

Su  trabajo  periodístico  no fue bien recibido  por el Gobierno del Presidente  Paul Biya, que lleva desde 1982 al  mando del país y con frecuencia ha encarcelado  a periodistas críticos con su gobierno. En 2004,  Atangana ayudó a organizar una conferencia de prensa  para el Consejo Nacional de Camerún del Sur, un grupo  a favor de la independencia para la minoría angloparlante  de Camerún, al suroeste del país. Durante el evento secuestraron  a Atangana y lo llevaron a un centro de detención militar en Duala,  la ciudad más grande de Camerún, donde sus captores lo golpearon y torturaron,  exigiendo saber quiénes eran sus fuentes en el Gobierno.

Atangana  afirma que,  por la forma  en la que lo interrogaron,  cree que su arresto lo ordenó el  ministro de Educación, Joseph Owona,  siempre leal a Biya y que pasó a convertirse  en jefede la federación de fútbol de Camerún. Owona  no respondió a nuestros mensajes solicitando sus comentarios.  Su hijo, Mathias Eric Owona Nguini, con quien contactamos por  Facebook, negó que su padre estuviera involucrado en el arresto  de Atangana, y escribió que algunos periodistas «quieren justificar  su exilio para intentar conseguir asilo político, incluso con información  falsa».

Atangana  pudo escapar  de prisión con  la ayuda de su  familia, y sabía que  no podía permanecer en  Camerún si quería estar a  salvo. Finalmente se dirigió  a Reino Unido, donde, tras un proceso  largo y complicado, le concedieron asilo.

Hoy  Atangana  vive en Glasgow,  Escocia, donde trabaja como  periodista independiente. Conversó  con Ailean Beaton, de Global Journalist,  sobre las torturas que sufrió, su huida de Camerún  y las dificultades de conseguir asilo en Reino Unido.  A continuación sigue una versión editada de la entrevista:

Global  Journalist:  ¿Qué fue lo  primero que te  atrajo del periodismo?

Atangana: Desde  que tenía  seis años, había  una actividad en clase  que animaba a quienes podíamos  leer un periódico a arrancar una  noticia del fin de semana que nos interesara  y luego ponerla en la pared. Nuestro profesor  lo llamaba «el mural noticiero».

[En  la universidad]  me apunté al club  de prensa. A veces recibíamos  a periodistas que habían trabajado  en la radio para que nos dieran charles  e intentaran enseñarnos las bases del periodismo.

No  me interesaba  mucho el oficio  en aquel entonces,  porque esta gente que  visitaba la universidad  y nos explicaba lo que  es el periodismo… no eran  ricos. No vestían muy bien, precisamente.  Pero me cambió la mentalidad cuando crecí.  A veces veía periodistas por la calle, con una  cámara. De repente me empezó a parecer muy emocionante.

GJ:  ¿Cómo  llegaste  a centrarte  en investigación  económica?

A: Al  inicio  de mi carrera  periodística, a nadie  le interesaban realmente  los temas económicos. Si veías  noticias así, lo más normal es  que no fuera más que el comunicado  de prensa del Gobierno sobre la financiación del  FMI… Nadie se centraba en investigar, en intentar descubrir  qué había detrás de las cifras.

Yo  tenía  formación  corporativa  del Banco Mundial,  donde trabajaba antes.  Así que, entre unos compañeros  de los medios estatales y yo,  decidimos crear un grupo de periodistas  económicos.

Estábamos  hartos de ver  anuncios de proyectos  del Gobierno que decían  cosas como: «Vamos a construir  600 aulas en provincias por todo  Camerún».

Y  cuando  cogían el  dinero y el  trabajo estaba  hecho, no había  nadie para viajar por  todo el país y comprobarlo;  porque si lo hacías, quizá descubrirías que  solo habían construido 5 o 10 y ya se habían  gastado todo el dinero.

GJ:  ¿Cómo  describirías  las presiones  a las que se enfrentan  los

periodistas  en Camerún?

A: Cuando  un periodista  escribe sobre las  cuentas del gobierno  desde una perspectiva crítica,  puede que alguien se le acerque  un día mientras toma algo en un bar  y le ofrezca un soborno.

Puede  que te  pidan que  suavices lo  que has escrito,  o que le hagas la pelota  a algún ministro del Gobierno  o alguna otra persona. Los periodistas  en Camerún no ganan mucho dinero, así que  puede tratarse de una forma efectiva [de silenciarlos]. Pero otras  veces hay amenazas o palizas.

GJ:  ¿En qué  estabas trabajando  para que el Gobierno  se fijase en ti?

A: Una  vez, mi  reportaje estuvo  en primera plana tres  días seguidos. Tenía que ver  con la transparencia del Gobierno  alrededor de sus ingresos provenientes  del petróleo y cómo el Banco Mundial los  había obligado a prometer que dejarían claros  los movimientos de ese dinero, a cambio de un cuantioso  préstamo.

La  historia  era que, por primera  vez, el Gobierno estaba de  rodillas. El Banco Mundial había  dicho que les daría el dinero, pero  solo si publicaban las cifras relacionadas  con la circulación del petróleo.

También  trabajé en  una crónica en  la que revelaba  que algunos de los  administradores delas universidades  estaban aceptando sobornos de padres  para admitir a sus hijos. Algunas de esas  personas eran bastante cercanas al ministro  de Educación.

GJ:  ¿Qué estabas  haciendo el día  que te detuvieron?

A: Acababa  de presentar  a los ponentes  de una conferencia y  me dijeron que saliera  a la calle. Se me encararon  tres hombres vestidos como periodistas,  pero resultó que no lo eran. Uno de ellos  me dijo: «Charles, hemos seguido tus artículos,  hemos visto tus apariciones en televisión».

Y  empezaron  a pegarme;  primero me dieron  una bofetada en la mejilla  izquierda y luego en la derecha,  antes de tirarme al suelo a patadas.

Me  llevaron  al módulo  de la policía  militar en Duala,  un lugar donde normalmente  meten a los peores alborotadores,  así que supongo que eso me convertía

en  uno de  ellos. Pasé  allí un par de  semanas. Nadie sabía  dónde me había metido.

Por  las preguntas  que me hacían,  fui deduciendo que  era el ministro de Educación el  que me había mandado arrestar.

GJ:  ¿Qué querían  de ti?

A: Me  preguntaron  por mis fuentes.  Eso era lo que más  les importaba: quién en el Gobierno  me estaba pasando la información. Tenía  muy buenos contactos en el Gobierno, en los  comités de educación, salud, finanzas y militar,  y por mis reportajes sabían que alguien había estado  pasándome información personal.

La  segunda  noche fue dolorosa,  porque ahí sí que me  dieron una buena paliza.  Me acuerdo de que la primera noche  dormí en el suelo en ropa interior,  pero la segunda noche me obligaron a dormir sin  ella. Intentaron presionarme para revelar mis fuentes  atándome alambres alrededor de los genitales.

A  mí me  enseñaron  que siempre  debía proteger  mis fuentes. Cuando  era estudiante, vino una  periodista de Washington a  hablar con nosotros. Nos dijo  que debíamos proteger nuestras fuentes  a toda costa.

Mis  opciones  eran revelar  mis fuentes y destruir  mi reputación o morir protegiéndolas.

GJ:  ¿Cómo  escapaste?

A: A  las dos  semanas llegué  a la conclusión  de que había llegado  mi fin. Les sería fácil matarme:  nadie sabía dónde estaba. Me daban  tan mal de comer que pillé una diarrea,  así que les pedí que me llevasen al hospital.  Allí conocí a un tipo al que estaban a punto de  dar el alta y tenía un teléfono. Conseguí que avisara  a mi padre.

Yo  estaba  con un policía  militar, pero él  no sabía quién era  yo ni por qué estaba  ahí, así que le prometí  dinero. Me dejó salir al  aparcamiento [donde estaba mi  padre esperando].

Mi  hermana  tiene un  amigo que viaja  a Francia por negocios, y  conseguí organizar un viaje con  él.

GJ:  ¿Fue difícil  obtener asilo en  Reino Unido?

A: Los  primeros  años fueron  muy difíciles.  Tardé un par de meses  en recuperarme de la terrible  experiencia y volver a la vida.

Creo  que hay  una gran discriminación  en el sistema de asilo británico.  Te pasas todo el tiempo hablándole  a la gente de las organizaciones sobre  un país en el que nadie de la plantilla  ha estado nunca. Fue muy difícil.

En  2008  me arrestaron  [en Reino Unido]  porque, al parecer,  mi petición de asilo había sido  rechazada. No se creían que era  un verdadero periodista ni que estuviese amenazado.

Hablamos  con un antiguo  compañero del Banco  Mundial, que envió una declaración.  Un colega de Le Messager hizo lo mismo.  El Sindicato Nacional de Periodistas de Escocia  ayudó mucho, y el Comité por la Protección de los  Periodistas, en EE. UU., también escribió sobre mí y envió  una declaración sobre la situación de la libertad de prensa  en Camerún.

Hubo  una campaña  pública y una  petición con más  de 7.000 firmas que  mandamos al Ministerio  del Interior. Todo ello  permitió mi puesta en libertad,  y en 2011 me concedieron [asilo],  tras siete años en el limbo. Siete  años de lucha.

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Periodismo en el exilio: Un editor presiona al Gobierno de Azerbaiyán a través de las redes sociales

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Rahim Haciyev, el entonces editor jefe del periódico azerbaiyano Azadliq, aceptando el
Premio a la Libertad de Expresión en el Periodismo de Index on Censorship en 2014 (Foto: Alex Brenner para Index on Censorship)

[/vc_column_text][vc_custom_heading text=”“Es importante que los periodistas que se encuentran en el extranjero se comuniquen entre ellos“”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

La  noche  que Rahim  Haciyev aceptó el Premio  a la Libertad de Expresión  en el Periodismo de Index on  Censorship, sostuvo en alto un ejemplar  del periódico que perseveró pese a las agresiones  del Gobierno cuyas fechorías sacaba a la luz. Corría marzo  de 2014, y Haciyev, editor jefe en funciones del periódico independiente  azerbaiyano Azadliq, estaba sobre un escenario de Londres. Triunfante, declaró: “El  equipo de redacción está decidido a continuar este trabajo sagrado: servir a la verdad.  Porque ese es el sentido de lo que hacemos y el sentido de nuestras vidas”.

Cuatro  meses más tarde,  esta misión se veía  comprometida por amenazas,  arrestos y restricciones económicas  a causa de su labor informativa sobre  la corrupción del Gobierno. No era la primera  vez que Azadliq sufría presiones económicas por parte  de sus distribuidores, respaldados por el Gobierno del ya  cuatro veces reelegido líder de Azerbaiyán, Ilham Aliyev. Aliyev  lleva mucho tiempo enfrentándose a acusaciones de autoritarismo y supresión de  todo signo de disidencia desde que asumió el cargo en 2003.

Pero  los meses  de multas que  ascendían a casi  57.000 euros y los  arrestos en aumento acabaron  por aplastar al periódico, que  suspendió su edición impresa en julio  de 2014. El columnista Seymur Hezi, compañero  de Haciyev, permanece en prisión—por “vandalismo grave”  tras defenderse de una agresión—, al igual que tantos otros miembros  de la sociedad civil y los medios independientes. El Gobierno ignoró las protestas  sociales generalizadas.

Hasta  la fecha,  el Índice de  Libertad de Prensa  de Reporteros sin Fronteras  ha documentado 165 periodistas encarcelados  actualmente en Azerbaiyán. La base de datos  de Mapping Media Freedom (MMF) informa cada mes  sobre el acoso que ejerce la exrepública soviética sobre  toda expresión de discrepancia. Solo en julio de 2018, MMF documentó  el bloqueo por el Gobierno de cuatro páginas de la oposición por diseminar falsa  información, el interrogatorio a manos de las autoridades de dos editores de informativos  independientes y el arresto de un periodista por desobedecer a la policía.

En  diciembre  de 2017, un  tribunal supremo  de Azerbaiyán confirmó  el bloqueo de las páginas  de cinco organizaciones independientes  de comunicación, incluida Azadliq.info, en activo  desde marzo  de 2017. Haciyev  criticó la medida por  suponer una limitación más para el  pueblo azerbaiyano a la hora de acceder  a información objetiva.

Desde  su exilio  en Europa occidental,  iniciado en 2017, declaró  para Index: “Cuatro empleados  de nuestra web están en prisión,  acusados de vandalismo y transacciones financieras  ilegales. Los arrestaron a todos con cargos falsos.  Todos esos cargos se los inventaron”.

Haciyev  dirige la  página de Facebook del  periódico desde el extranjero,  mientras la web se mantiene actualizada  y accesible para los lectores de fuera  de Azerbaiyán. Sobre el estado actual de la  libertad de expresión en su país, dijo: “La situación  en el país es muy complicada. Las autoridades siguen oprimiendo  a la gente con mentalidad democrática. Los arrestos de activistas  políticos y periodistas continúan”.

Haciyev  habló con  Shreya Parjan,  de Index, sobre  la situación actual.

Index:  ¿Es Azadliq  el único en el  punto de mira? ¿Por  qué consideran a la publicación una  amenaza para el Gobierno?

Hajiyev: No  podemos  decir que  Azadliq haya  sido la única  en sufrir represión. Las autoridades  azerbaiyanas son muy corruptas y no  toleran críticas de sus oponentes. Los  regímenes corruptos y represivos del mundo  sofocan la libertad de expresión. En este sentido,  las autoridades azerbaiyanas, especialmente en los últimos  años, se han situado en el ranking de las más represivas del  mundo.

Index:  ¿Qué es  lo que te  llevó a abandonar  Azerbaiyán definitivamente?  ¿Fue un proceso difícil?

Hajiyev:  El  periódico  cesó su actividad  en septiembre de 2012.  Las autoridades no han permitido  que se publique Azadliq. Aquella  vez dejaron en paz la sede del periódico.  Yo me quedé en el país un tiempo. Lamento haber  tenido que dejar el país

por  la fuerte  presión de las  autoridades. Mi  compañero siguió dirigiendo  la web y la página de Facebook  del periódico. Por supuesto que es  un proceso difícil. Verse obligado a  dejar el país [es un] asunto muy desagradable.  Tuve que vérmelas con muchos problemas. Sin embargo,  continué trabajando.

Index: ¿Cómo  has sido capaz  de continuar tu trabajo  y propugnar el cambio desde  el exilio?

Hajiyev:  Ahora  mismo, aún  en el exilio,  sigo dirigiendo la  web y la página de Facebook  del periódico. Al no estar en  el país, uso las redes sociales activamente.  Por un lado, recabo información; por otro, la  distribuyo. Las redes sociales ayudan a organizar  el trabajo y llevarlo a cabo. Nuestra página de Facebook  es una de las

más  populares  del país, y  estoy orgulloso  de nuestro logro.

Index: ¿Puedes  nombrar alguna comunidad  de apoyo que hayas conocido  en el exilio? ¿Qué obligación tienen  los periodistas extranjeros de colaborar  y apoyarse mutuamente en tiempos de crisis?

Hajiyev: Es  importante  que los periodistas  que se encuentran en  el extranjero se comuniquen  entre ellos. Sería útil compartir  experiencias e información. Estaría  muy bien

poder  transmitir  el trabajo de  periodistas locales.

Index: ¿Cómo  crees que la  brutal campaña contra  la libertad digital se  contrapone a la narrativa  del Gobierno de un Azerbaiyán  moderno y libre?

Hajiyev:  En  Azerbaiyán  hay un régimen  político que reprime enérgicamente  la libertad de expresión. Según el Índice  de Libertad de Prensa de Reporteros sin Fronteras,  Azerbaiyán ocupa el puesto 163. Ahora mismo el país  está pasando por uno de los periodos más difíciles de su  historia. Los derechos y libertades de la ciudadanía hace mucho  que solo tienen valor nominal. Actualmente hay más de 160 prisioneros  políticos.

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Las noticias falsas no son nada nuevo

[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”101644″ img_size=”large” add_caption=”yes”][vc_custom_heading text=”Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news“, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]

Puede que en Estados Unidos estén aún acostumbrándose a sus “fake news”, pero los bielorrusos llevan años lidiando con la táctica de las noticias fabricadas, relata Andrei Aliaksandrau.

En Bielorrusia,inventar noticias no es una novedad. Una historia que consistía en imágenes espantosas de manifestantes armados con cócteles molotov y otros objetos recorrió en abril los canales de televisión y periódicos del estado. Los manifestantes, afirmaban los reporteros, pertenecían a la Legión Blanca, cuyos miembros presuntamente buscaban encender en Minsk una revuelta similar a la de las protestas del Euromaidán, que se extendieron por toda Ucrania en 2013 y 2014 y contribuyeron a la crisis de Crimea.

Curiosamente, los productores y reporteros de estos vídeos y artículos eran anónimos. No había ni títulos ni firmas, ni tampoco pruebas de que la Legión Blanca, que existió en su día, hubiera llevado a cabo operación alguna en los últimos años. También es curioso que ni la policía ni las fuerzas de seguridad quisieran responder a las preguntas de periodistas y ciudadanos sobre el caso.

Resulta que la historia era una invención con envoltorio de noticia, un fragmento retorcido de la realidad, emitido para sembrar el miedo y el pánico en la sociedad. El mensaje era: No salgáis a las calles a protestar. Quienes lo hacen socavan la paz y la estabilidad.

Se trata de una táctica habitual que lleva años dándose en Bielorrusia, donde las noticias reales se reprimen y proliferan las falsas. Es una estrategia de uso muy extendido en este momento, siendo 2017 testigo de las protestas más intensas que ha visto el país en años, y a las que el gobierno ha respondido con brutalidad.

Bastante próspera bajo el régimen soviético, Bielorrusia sufrió un declive financiero tras la caída de la URSS. En medio del desconcierto económico y político, Alexander Lukashenko llegó al poder. El presidente sigue aferrado a él 23 años después, debido en gran medida a un estricto control de los medios de comunicación. Los ataques a la prensa, a blogueros, a escritores y a periodistas independientes se perpetúan al mismo tiempo que continúan las actividades de la extensa máquina propagandística del estado.

Los informativos de los canales nacionales de televisión —y no hay ningún canal nacional que no sea propiedad del estado— siguen un patrón simple a la par que persuasivo: aquí va una noticia sobre el presidente; aquí está saludando a un embajador extranjero y dando un discurso sobre el papel especial que desempeña Bielorrusia en la estabilidad y la paz mundial; aquí está reunido con el ministro del interior y haciendo una declaración sobre la importancia de preservar la estabilidad y la paz en la sociedad; aquí está gritando al consejo de ministros que tienen que hacer lo que haga falta para seguir sus sabias ideas por el bien del pueblo (por no hablar de la paz y la estabilidad); aquí está visitando la fábrica de una pequeña ciudad hablándoles a los obreros cual padre bondadoso, diciéndoles que él proveerá.

Tras media hora con cosas así, le llega el turno a un caleidoscopio de imágenes del resto del mundo: proyectiles cayendo sobre Ucrania; bombas destruyendo un hospital sirio; algún presidente raro haciendo declaraciones absurdas al otro lado del océano; un terrorista haciendo estallar otra ciudad europea; refugiados, inundaciones, recesiones, gobiernos que colapsan.

Y, después, una historia de niños felices en una guardería bielorrusa. Más imágenes de un país pacífico guiado por un sabio líder que se erige como el último bastión de felicidad, la última isla de estabilidad en un mundo violento.

Pero hay otros tipos de programas en la televisión nacional. Los emiten cuando las autoridades empiezan a notar que la imagen de “paz y estabilidad” que proyectan contradice a la otra realidad: la que la gente ve en las calles y en el trabajo, en las tiendas y en el transporte público, en hospitales y escuelas; la realidad de la vida fuera de la matriz de la propaganda del estado.

A comienzos de 2017, miles de personas de todo el país salieron a la calle a manifestarse. Las protestas fueron provocadas por un nuevo decreto presidencial, el tercero, que multa a quienes no puedan demostrar tener un trabajo o fuente de ingresos oficial. Lo han apodado el decreto “del parásito social”. Existe un antiguo término soviético, tuniejadcy, cuyo significado oficial es “parásito”: el “parasitismo” estaba considerado delito en la era soviética, pues se esperaba que todo el mundo trabajase para construir “la sociedad utópica comunista”. He aquí una innovación bielorrusa: en lugar de subvencionar a los parados, el gobierno ha decidido multarles.

El decreto solo fue el detonante. La verdadera razón de las protestas es la profunda crisis económica que asola el país. Resulta que la “estabilidad” bielorrusa se trata en realidad de un estado de coma. Nuestra economía, fundamentada en la industria, es herencia de la era soviética y nunca ha pasado por reformas. Estas habrían conllevado la privatización, la modificación de leyes para asegurar garantías al capital, la independencia del poder judicial y un parlamento electo en condiciones, en lugar de uno puesto a dedo por el presidente. Estos pasos, de haberlos seguido, habrían socavado profundamente el régimen autoritario.

Así pues, la economía del país ha llegado hasta hoy sin mayores alteraciones. Durante casi dos décadas se benefició del petróleo y el gas que llegaban baratos de Rusia, así como de préstamos que el Kremlin se podía permitir debido a los altos precios del petróleo y a la necesidad de contar con un aliado cerca. La relación se ha enfriado desde entonces, en parte por la oposición de Bielorrusia a la anexión rusa de Crimea.

La gente comenzaba a notar las dificultades económicas, especialmente en las ciudades pequeñas. Entonces fue cuando llegó el impuesto del “parásito social”, que desató las protestas. La gente salió a las calles de Bielorrusia por primera vez desde 2011; en algunos pueblos, no lo hacían desde la década de 1990.

Las  movilizaciones recibieron una dura respuesta. La policía arrestó a cientos de personas, a pesar de la naturaleza totalmente pacífica de las manifestaciones. Durante los acontecimientos de Minsk de marzo de 2017, las fuerzas antidisturbios actuaron con brutalidad y arrestaron a alrededor de mil personas. Algunas de ellas eran transeúntes detenidos por error. Otros, periodistas con acreditación en regla.

Aliaksandr Barazenka, cámara del canal Belsat TV, fue detenido durante las protestas del 25 de marzo de 2017 en Minsk. Existe un vídeo de él gritando “¡Soy periodista!” a matones uniformados, que lo agarran y lo meten a rastras en un furgón policial. Más tarde, en el juzgado, los agentes antidisturbios dijeron que Barazenka había estado jurando en público. El juez no prestó la más mínima atención a las claras discrepancias entre sus declaraciones. Barazenka fue condenado a 15 días de detención administrativa, que pasó en huelga de hambre en un centro de detención. Se dieron muchos más ejemplos como estos durante la primavera de 2017. Pero estas historias nunca salen por la televisión estatal.

Pese a todo, aún quedan medios independientes, de un modo u otro, en Bielorrusia. Todavía hay algún periódico no perteneciente al estado, alguna publicación digital que muestra lo que está pasando. Hay blogueros y redes sociales. De hecho, cuando los medios nacionales transmitieron el montaje de los cócteles molotov, emergió un vídeo en internet que revelaba que no había ni policía ni supuestos delincuentes, solo una furgoneta y un puñado de operadores de cámara de la televisión del estado.

Por mucho que se estén contando las historias del periodista Barazenka y de otros manifestantes detenidos, desgraciadamente la realidad delirante y violenta de la televisión nacional prevalece. “Las palabras de los medios están devaluadas. A las autoridades ya no les interesa lo que sabemos ni lo que pensamos sobre ellas”, afirmaba Viktar Martinovich, escritor bielorruso de éxito, en el Belarus Journal. “Ya no les hace falta público. Están solos. Creen que son lo bastante poderosos, que son eternos. Y nos faltan las palabras para demostrar que se equivocan”.

Aquí hay uno que cree que encontraremos las palabras.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Andrei Aliaksandraues un periodista afincado en Minsk, Bielorrusia. Es editor del Belarus Journal.

Este artículo fue publicado en la revista Index on Censorship en verano de 2017.

Traducción de Arrate Hidalgo.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]